lunes, 29 de agosto de 2016

El Gerente De Mediado. La falacia de la eficiencia (I)

En una sociedad regida y orientada por parámetros económicos, la eficiencia pasó de ser una manera de utilizar los medios a un fin en sí mismo, elevado hoy a categoría de valor. Aceptada como cierta la idea de que los recursos serán ya para siempre limitados, de lo que se trata es de cómo sacarles el máximo partido a los existentes, cada vez más menguantes. De forma que el incremento de la productividad también ha pasado de ser una característica deseable en determinadas circunstancias , a convertirse en un fin en sí.
No solo debe guiar a las organizaciones y el  rendimiento de los trabajadores que las componen, sino que debe regir el comportamiento individual de las personas en el conjunto de su vida: el niño debe rentabilizar al máximo su tiempo vígil, evitando en todo momento esas enfermizas cualidades del pasado como eran no hacer nada, aburrirse, o pasar la tarde en un árbol, y para ello sus jornadas cotidianas deben rellenarse de clases de inglés, zumba o caballo, además de múltiples deberes que reduzcan el tiempo para su descanso al mínimo indispensable.Y así, ya desde pequeñitos, aprenderán a comportarse de forma eficiente y sacar el máximo rendimientos al tiempo.
Hasta las vacaciones se han convertido en una carrera donde demostrar esa eficiencia: mientras que decepciona escuchar que alguien dedicó su tiempo libre a quedarse en casa viendo pasar los pájaros, leyendo a la sombra de un guindo o escuchando sus discos preferidos perezosamente, genera admiración el que es capaz de segmentar sus días de ocio en numerosas experiencias de viaje, cuanto más recóndito el lugar y más lleno de actividades ( surfing, diving,skating, climbing, trekking) mejor.
Es ineficiente el individuo que no ocupa cada segundo de su existencia en una actividad productiva, como si ese indicador de rendimiento importara mucho al pasar por caja al acabar la estancia.
Juan Rulfo está considerado como uno de los más grandes escritores latinoamericanos del último siglo: sin embargo su productividad fue muy baja: apenas escribió dos obras, Pedro Páramo y El llano en llamas. Aún más vago, lindando en la  delincuencia, fue JD Salinger. Vivió 91 años. Y será recordado por un único libro, que le convirtió en clásico: el Guardián entre el centeno.
Montaigne fue otro insigne desperdicio : despilfarró toda la inversión que su acomodado padre había hecho en su educación, tan exquisita que hasta los 8 años el niño solo se comunicaba en latín. Fue magistrado y heredó la propiedad familiar dotada de extensos viñedos, que aún hoy en día dan nombre a uno de los “Sauternes” más exclusivos del mundo: Chateau d’Yquem. Pero en lugar de aumentar su productividad, a los 38 años, cuando según él había consumido ya la mitad de su vida ( se equivocó en poco),  decidió retirarse del mundo para escribir un solo libro, sus Ensayos, convertido desde entonces en clásico , tras pasar por etapas de prohibiciones y condenas por parte de la Iglesia.
Lo que preocupaba a Montaigne no era ganar dinero, mantenerse ocupado o escalar en la pirámide social ( para lo cual tuvo tentadoras ofertas). Lo que le interesaba era fundamentalmente aprender cómo vivir una buena vida, practicarlo y compartirlo, escribiendo un libro en el que tardó 20 años.. Y la consagró a la libertad, la tranquilidad y el ocio, como figura en una de las inscripciones de su librería.
Su secreto no estuvo en rellenar cada hora de pintorescas y afanosas actividades, sino más bien en vivir intensamente cada una de ellas como si fuera la última , aunque no estuviera haciendo literalmente nada: “Cuando bailo, bailo, cuando duermo, duermo”.

Montaigne asumía que era sumamente imperfecto, pero no aspiraba a mejorar sus “registros”.  La modestia de sus aspiraciones le permitía ser además vago. La antítesis de la eficiencia.

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