lunes, 21 de noviembre de 2016

DICAF. Faringoamigdalitis en el paciente pediátrico.

La faringoamigdalitis es un proceso febril de carácter agudo que se caracteriza por ir acompañado de inflamación de la mucosa de la faringe y amígdalas, con eritema, edema, exudado, úlceras o vesículas. Los términos faringitis, faringoamigdalitis y amigdalitis se consideran sinónimos en la práctica.
La mayoría de las faringoamigdalitis son de etiología viral, pero a pesar de ello constituyen la causa del 55% del total de las prescripciones antibióticas en pediatría. En el caso de las de origen bacteriano, el agente más implicado es el Streptococcus pyogenes o estreptococo betahemolítico del grupo A, que también podemos encontrar en la faringe como parte de la flora bacteriana normal. La infección estreptocócica suele ser autolimitada y las complicaciones son infrecuentes, entre ellas destacan las afectaciones de estructuras contiguas y la fiebre reumática o la glomerulonefritis postestreptocócica, más presente en países en vías de desarrollo.
El diagnóstico de una faringoamigdalitis estreptocócica únicamente basado en la clínica del paciente suele resultar erróneo y debe ir acompañado de la detección del microorganismo. Existen pruebas complementarias diagnósticas de estudio microbiológico, que tan sólo se deben realizar cuando haya una alta sospecha de infección, que son el cultivo faríngeo y test rápido de detección de antígeno (TRDA). El cultivo es la prueba de elección para el diagnóstico microbiológico; sin embargo, hay que tener en cuenta que el resultado no se obtiene hasta las 24-48h. La realización de la prueba del TDRA, aunque su resultado se puede obtener en escasos minutos, es que sólo identifica la presencia de estreptococo betahemolítico del grupo A, por lo que un resultado negativo requiere la realización de un cultivo de frotis faríngeo para su confirmación.
Debido a la inespecificidad de los síntomas, resulta difícil identificar si el origen de la faringoamigdalitis es bacteriano o viral, por lo que se suele producir una sobreprescripción de antibióticos, contribuyendo así a la aparición de resistencias microbianas. Las faringoamigdalitis de origen viral debe tratarse sólo sintomáticamente, con paracetamol o ibuprofeno, con el objetivo de aliviar el dolor de garganta asociado. El tratamiento antibiótico solo debe iniciarse cuando hay una alta sospecha de faringoamigdalitis bacteriana, teóricamente cuando existe un diagnóstico de confirmación, pudiendo prevenir las complicaciones, entre ellas la fiebre reumática, reducir el tiempo de contagiosidad y obtener una mejoría más rápida. El tratamiento antibiótico de elección es la penicilina, debido a la ausencia de resistencias a S. pyogenes, espectro de acción y su bajo coste. La formulación por vía oral es la fenoximetil penicilina benzatina o potásica. Sin embargo, amoxicilina es el antibiótico más utilizado (55%) en las faringoamigdalitis estreptocócicas frente a la penicilina (5%). Este hecho se podría entender por la mayor variedad de presentaciones existentes de amoxicilina, mejor sabor y tolerancia, pautas posológicas más familiares y por la falta de conocimiento de la existencia de fenoximetilpenicilina benzatina, disponible en suspensión en nuestro país. Por todo esto, y por la mejor absorción a nivel gastrointestinal se considera la amoxicilina mejor opción. Aunque también se ha visto una alta tasa de prescripción de amoxicilina-ácido clavulánico para esta afección (22%), esta nunca se considera de primera elección porque los microorganismos implicados no son productores de betalactamasas y por su amplio espectro de acción. El uso de cefalosporinas no se recomienda por su espectro de acción más amplio, salvo en casos de reacción alérgica a la penicilina cuando no exista reacción anafiláctica asociada. Se recomienda el uso de cefadroxilo por ser el de espectro más reducido. Los macrólidos, especialmente la azitromicina, se reservarían a niños con alergia inmediata o anafilaxia a la penicilina. Las dosis de antibióticos recomendadas se pueden encontrar en la tabla I. La duración del tratamiento antibiótico ha de ser de 10 días.
The Pharmaceutical Letter 2016; Lib. XXIV: nº. 11

No hay comentarios:

Publicar un comentario